| Conociste a un chico en Tinder, comenzaron a comunicarse y se cayeron bien. Luego de sentirte en confianza le compartes tus perfiles de redes sociales. La conversación se mudó de lugar y ahora llevan semanas hablando por Instagram. De vez en cuando, al publicar una historia en esta plataforma, él te deja un emoji. Y cuando compartes una foto, no solo marca “me gusta”, sino que te deja comentarios. Hay veces que a través de un mensaje directo te da los buenos días. Y en otras ocasiones te envía fotos mientras está en su trabajo para mostrarte algo de su vida cotidiana. Piensas que, como está enganchado contigo en esa red social, y te gusta su forma de ser, es hora de dar el siguiente paso. Le invitas a salir, a verse en persona con la intención de emprender un nuevo tipo de relación. Aunque no acepta tus invitaciones, continúa interactuando contigo de la misma manera en las redes sociales. Y tú le sigues respondiendo, con la esperanza de algún día verle fuera del ciberespacio. Pero eso no sucede. Si este relato -que supone un ejemplo hipotético- te parece familiar, puede que hayas sido víctima de lo que algunos psicólogos llaman breadcrumbing, o migajas emocionales en español.
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