Cuando China comenzó a permitir negocios privados e inversiones extranjeras hace cuatro décadas, muchos fuera del país comunista esperaban que a medida que su economía se volviera más capitalista, su política también se volvería más democrática. Ellos no lo hicieron. En cambio, el sistema chino, que antepone la estabilidad y la cohesión a las libertades individuales, se volvió experto en generar prosperidad, con el Partido Comunista todavía firmemente en control. Para Beijing, su éxito legitima su modelo como alternativa a los valores liberales de Occidente, una idea a la que Estados Unidos y sus aliados se han resistido. Es un debate que se desarrolla en una variedad de frentes, desde la lucha contra la pandemia de Covid-19 hasta el control de las grandes tecnologías.
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