Detrás de cada avance hay años de prueba, error y persistencia y una tarea colaborativa. Si la innovación tuviera una iconografía, incluiría a un genio, un momento de revelación y una pizca de serendipia. Alexander Fleming descubre la penicilina al notar un moho creciendo en una placa con bacterias. John Snow dibuja un mapa con las víctimas de una epidemia de cólera en el Londres del siglo XIX y logra rastrear el brote hasta una bomba de agua específica. Un químico alemán llamado August Kekulé se queda dormido, sueña con serpientes que se muerden la cola y, al despertar, comprende que la molécula de benceno tiene forma de anillo. Momentos así dan buenas escenas de película, pero son la forma equivocada de pensar la innovación en las empresas. Los avances llegan gracias al esfuerzo sostenido, el paso del tiempo y el trabajo en equipo, como lo demuestran estas historias corporativas.
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